De nuevo conectamos con la delegación cántabra de Aventura Aragón, que las está pasando bastante putas con este eterno temporal de invierno. Este domingo aprovechando un giro de los vientos de una de las encadenadas borrascas que van cruzando el norte, pude disfrutar de una mañana de expedición por Santoña, ese lugar que casi únicamente se conoce por sus anchoas, gracias en parte a ese señor tan popular con bigote que sale tanto por la tele con su ya cansina verborrea (efectivamente...Revilla)
Santoña, está situada en la costa occidental, dentro del enorme parque natural de las Marismas de Santoña, Victoria y Joyel. Si en algo destaca es en su enorme promontorio del monte Buciero, que se separa por un estrecho istmo de la costa y bajo el cual se asienta la villa. Aquí se encuentra el más importante y mejor conservado encinar del norte de España. Comenzando desde el penal del Dueso, la prisión reconvertida tras servir como fortaleza imperial de Napoleón durante su conquista, comenzaré una ruta para intentar visitar las tres cumbres del monte Buciero (La Atalaya, Peña Ganzo y el Buciero). Se que no va a ser tarea fácil ya que las intensas lluvias de más de 2 semanas tienen los senderos casi impracticables. Durante la subida al primer objetivo, la Atalaya, puedo ver varios complejos militares que se conservan de la época napoleónica, como el polvorín del Helechal o el fuerte del Mazo, que está siendo rehabilitado y no se puede visitar. La subida entre bosques de encina se hace muy pesado por el barro y me cuesta más de lo previsto, pero el esfuerzo merece la pena ya que desde este puesto de observación, usado inicialmente para avistar ballenas y luego como parte del ejército de Napoleón, se tienen unas magníficas vistas del cantábrica (hoy más calmado) las marismas, Noja o la playa de Berria cerrada por el monte Brusco que para muchos es una de las más bonitas de Cantabria. Al fondo se puede distinguir la silueta nevada de los picos de Europa y la cordillera.
Ahora toca descender de nuevo en busca del extremo norte del monte Buciero. Me guío por las señales del camino que me hacen entrar de nuevo al bosque de encina, por un "suicida" descenso que me hace irme un par de veces al suelo por el barro sin ningún tipo de contratiempo. La bajada se hace muy larga y tengo que extremar mucho las precauciones ayudándome de los árboles para apoyarme y no caer como una croqueta. Poco a poco voy pasando del total silencio al batir de las olas que rompen bajo mis pies en los espectaculares acantilados. Veo el sendero principal y me lanzo sobre él de un salto, justo en el momento que pasa un senderista. Su asombro en primeros momentos al verme aparecer de repente cubierto de barro pasa al cachondeo ya que conoce la bajada y me pone de loco por bajar estando así el sendero. Ahora por el sendero principal que bordea todo el perímetro del momento puedo recuperarme del loco descenso y el trasiego de senderistas ya es más numeroso. Durante el recorrido puedo ver fugazmente el mar romper sobre los acantilados y me sorprende ver la enorme caída de éstos y la enorme cantidad de caminos y senderos que recorren este pequeño rincón, lo que hace ver su importancia por su riqueza ambiental e histórica. En el cruce de Cuatro Caminos se cruzan varios de ellos como el que va al faro del caballo que con sus 800 escalones se convierte en una buena opción para un despejado día (y menos húmedo) para visitarlo y bajar 200 más y bañarse bajo la enorme muralla rocosa.
Sigo de frente y el encinar se va abriendo para ofrecerme unas preciosas vistas de la costa occidental con su dominante monte Candina que posee la colonia buitrera más septentrional de España y por ello más cercana al mar (me apunto su cima para otro día). La vista y el sonido de las olas y el enorme murallón calizo me acompañarán mientras la playa de Laredo y su puntal que cierra la bahía en un minúsculo arenal que casi conecta con el monte Buciero van apareciendo. Dejo para otra vez la subida a Peña Ganzo y el Buciero, las cotas más altas del monte porque ya e tenido bastante baño de barro por hoy y sigo rumbo al casco urbano de Santoña.
Dentro ya del casco de Santoña es obligado visitar dos instalaciones militares muy bien conservadas: el fuerte de San Carlos y la batería de Galvanes. El primero es uno de los muchos fuertes repartidos por toda la costa que servían al imperial. Sorprende su gran estado de conservación y sus enormes proporciones. Caminar por él es una maravilla ya que tiene unas privilegiadas vistas de la bahía y sentarse para contemplarla y sentir el batir de las olas y el olor a salitre es una buena opción para descansar. Tras caminar por sus largos pasillos, galerías y patios de armas me dirigo a visitar la batería de Galvanes uno de los varios puntos de artillería repartidos junto a los fuertes para repeler los asaltos marítimos durante la época napoleónica. Esta cuenta con 2 niveles y aún son visibles sus puntos de anclaje de los cañones.
Ya solo me queda recorrer el extremo sur del monte a media ladera para volver a conectar con el punto de inicio de la ruta a buena marcha ya que la lluvia vuelve a hacer su aparición tal como estaba previsto, así que no tengo mucho tiempo de contemplar la vista de Santoña desde lo alto o de pararme a ver el penal del Dueso. Así que una última foto a la Atalaya y la playa de Berria que vuelven a aparecer ante mí y corriendo a refugiarse al coche.
Y esto es todo por el momento desde Cantabria, devuelvo la conexión mientras desde mi ventana veo un enorme vendaval acompañado de una interesante lluvia de granizo. Hasta la próxima!!
